Tras el duro salón, y las más duras manos de la fisioterapeuta de Laurielle, esta semana me temo que no podremos actualizar con página, así que para compensar, vamos con otro relatillo de nuestros personajes. ¡Esperamos que os guste!

“Ocurrió hace poco tiempo. Al menos a nivel geológico.

El frío y descomunal gigante de hielo que era el glaciar Krsplosh, quien dormía arrullado en la infinita cordillera de los escarpados Montes Desconmensurables descubrió lo que era el calor por primera vez en siglos, algo nuevo y sorprendente en el frío reino de Pah. Como a muchos  humanos, el verano le pareció un buen momento para perder peso, y como Krsplosh no era un glaciar conocido por su mesura, una de sus lenguas más al sur se resquebrajó por completo, liberando toneladas de nieve y hielo suficientes como para conservar todo el pescado del mundo fresco durante cien años.

La nieve, a su vez, no llevaba tan bien el calor ni lo disfrutaba tanto como parecía hacerlo Krsplosh, así que no tardó en derretirse, convirtiéndose en un pequeño mar de agua que se encontraba desorientado en mitad de una llanura. La mayor parte de ese agua, sin rumbo fijo, acabó filtrándose en la tundra, la cual optó por aprovechar y cambiar su aspecto por el de una rica y florida pradera.

Pero uno de los torrentes de agua más emprendedores encontró una salida más entretenida que la de dar de beber a la hierba, y conoció un bonito arroyuelo con ansias viajeras. El torrente se abrazó al arroyo, el cuál le enseñó el camino hacia el mar, atravesando reinos verdes y frondosos. Las historias sobre los bucólicos paisajes que vio el torrente no tardaron en llegar hasta el glaciar de origen, donde la lengua recién liberada, decidió enriquecer dichas historias, aumentando el caudal del arroyo que le había enseñado el camino como agradecimiento.

El arroyo acabó convirtiéndose en un precioso río, alimentado por Krsplosh, y que hizo un enorme surco en la acogedora tierra de El Vosque. Tan acogedora le resultó ésta, que el río decidió remolonear y alargar su estancia en el tranquilo reino. Con el tiempo, la visita cada vez duraba más, y cada vez el río tardaba más en proseguir su viaje optando siempre por descansar en un pequeño valle en el cual acabó fundando un pequeño hogar.

Hogar que fue alimentado por el constante aporte del ahora imponente río. Hogar al que los humanos, en un alarde de creatividad, decidieron llamar El Lago.

Y aunque el nombre no fuese muy original, era un nombre. Y puede que los nombres en sí no tengan tanto poder, pero ayudado por la magia Natural de El Vosque, tenía la capacidad de crear algo especial. De cumplir las leyendas y los mitos. De ser el origen de algo precioso.

Y así naciste tú, Acteea.”



- Es la mayor estupidez que he oído en mi vida, madre. - respondió la joven Actea con un desdén propio de su edad, molesta por la historia que su madre había dado como evasiva respuesta a su pregunta.

La elegante potámide miró a su hija con un gesto contenido de lástima. El atronador y constante ruido de la cascada estallando contra el suelo a más de cien metros por debajo de la cueva retumbaba en las cavernosas paredes, evitando un silencio incómodo tras el relato de la náyade.

- Es tu origen, Acteea. Es nuestro origen, y debes conocerlo. Negarlo no va a conseguir que deje de ser cierto.

- Pues es un origen estúpido. ¿Entonces el glaciar es mi abuelo? ¡No tiene sentido!

La potámide volvió a mirar a su hija, conteniendo de nuevo la lástima con menor éxito. Se sentó en una de las rocas talladas por el agua en forma de asiento, forrado con un mullido y cómodo musgo. El problema de El Lago era que estaba demasiado cerca de los humanos. Acteea vivía en el fondo, como buena náyade, pero su curiosidad la había empujado a investigar a esas criaturas que en lugar de agua, tenían un curioso color rojo corriendo por sus venas.

Acteea había pasado mucho tiempo con los humanos, y eso le había otorgado una personalidad rebelde, más típica de las alocadas crénides de las fuentes, que de una paciente y solemne limnade de los lagos. Pero no tenía por qué ser un problema. Su personalidad podría hasta tener una solución sencilla. No tanto como la pregunta que le había hecho su hija nada más entrar en su caverna...

Era una locura, claro que sí. No recordaba la última vez que su hija había interrumpido en su tranquilo aunque atronador balcón en medio de la cascada para decir algo que no fuese una locura, una impertinencia o, en el mejor de los casos, una sencilla barbaridad. Pero esta vez era distinto, podría incluso ser una oportunidad única. 

La potámide había nacido en Pah, y la cascada que era su hogar se encontraba en la frontera entre este frío paraje y el frondoso reino de El Vosque. Su hija, habitante y originaria de El Lago, podría ser de gran ayuda para hablar ante los humanos, interceder por ella para que respeten al río con sus puentes, presas y esas diminutas pero molestas embarcaciones.

Pero los humanos tenían jerarquías que rozaban lo incomprensible para la potámide, que gobernaba sólo sobre las  cientos de hijas que habitaban las aguas de su río. Hablar con los humanos se había mostrado infructuoso, y pocas veces había logrado negociar con alguno que tuviese algún verdadero poder sobre los demás, y menos veces aún dicha negociación no había acabado con un cuerpo flotando río abajo.

Por eso, la idea que Acteea le proponía, aunque fuese motivada por sentimientos que resultaban imposibles de entender para alguien por cuyas venas fluía fría agua de glaciar, podría resultar provechosa para ella y todas sus hijas, a la larga.

- Muy bien – resolvió finalmente la regia potámide. - Tienes mi bendición.

- Entonces... - sonrió Acteea dubitativa ante la inesperada respuesta, rogando con la mirada que su madre pronunciase la frase que había creído imposible de oír al entrar en su caverna.

- Puedes casarte con ese tal Obligue.